sábado, 10 de diciembre de 2011

El camino II

Terminamos de merendar. Cuando estaba esperando el té, dos de los hombres me dicen que nos vamos. Es noche cerrada, haremos el recorrido en moto. Una hará de cebo y yo iré en la segunda. Nada mas salir….ostión, al suelo, empezamos bien.” No problem mister, are you ok?”.El trayecto es por caminos agrícolas que cruzan campos de encinas  y olivos y que ocupan varias colinas. Desde lo alto de una de ellas divisamos el pueblo a donde nos dirigimos. Parece grande y lo atraviesa un río bastante caudaloso. Cuando llegamos, nos quedamos a las afueras, en una casa a medio construir. Es la casa del que llevaba la primera moto. Mi piloto se va. Mustafá no habla inglés, pero hace todo lo posible por entenderse con el extranjero. Lo primero que hace es enseñarme los agujeros de los disparos que hay en la habitación donde estamos. Dice que la mujabarat disparó contra su casa desde el otro lado del pueblo. Tiene 27 años, está casado y su mujer está embarazada de 4 meses. Dice que no quiere que su hijo conozca a Bashar Al Assad, por eso ayuda a los periodistas a pasar la frontera. Cree que si el mundo sabe lo que pasa en Siria ayudaran a derrocar al régimen. Me acomodo, doy por hecho que dormiré aquí. Cuando su mujer se dispone a servirnos el té Mustafá recibe una llamada. Parece que alguien puede haberme  visto entrar en la casa. Salimos lo más rápido posible. Mustafá “pilota “mucho mejor que su compañero. Cruzamos media ciudad por callejuelas de no más de 2 o 3 metros de ancho. En las pendientes la moto, de importación china, sufre hasta el punto de casi pararse pero cuesta abajo, joder como va. Después de que un par de paredes amenazaran con pararnos en seco, llegamos al río. Los lugareños tienen puesto unas rocas para cruzar pero el agua baja con fuerza y si nos caemos nos cubriría hasta la cintura. Prueba superada y nuevo cambio de piloto al otro lado.
Al fin llego a la casa donde pasaré la noche. Nos recibe el hombre que hablaba inglés cuando cruzamos con la barca. Se llama Yaser, trabaja en una fábrica de alfombras en Alepo pero lleva tres meses en la frontera ayudando a la resistencia. La “casa” es una habitación con tres camas y una estufa de leña en el medio.
Uno a uno empieza a llegar casi todos los hombres que me han ayudado en el trayecto. Casi todos son campesinos pero uno de ellos, al que no había visto antes, viste impecable. Estudió ingeniería en Damasco y ahora está en el paro. Habla inglés y se pasará toda la noche dándome la bienvenida y agradeciéndome que haya venido desde tan lejos para contar lo que pasa en Siria. Cenamos a base de fruta y puré de garbanzos. Un pequeño roedor se une a la fiesta cuando sirven el té. La hospitalidad árabe no deja de sorprenderme.  

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