sábado, 10 de diciembre de 2011

El camino I

Es la hora de comer y todavía no ha venido la persona con la que había quedado. Subo al restaurante e intento pedir algo de comer. La camarera solo habla turco…pues ponme lo que quieras. Un chaval joven que hay en la mesa de enfrente intenta ayudarme con el menú pero también está en turco y él habla árabe y algo de inglés pero no entiende. Hola Roberto, me dice, si estás listo, mañana nos vamos. Pero antes, me gustaría que vinieras  a ver una escuela donde estudian los niños sirios que están en los campos de refugiados. Nos ponemos en marcha, cuando se levanta, veo que tiene una pierna escayolada. “Me dispararon en la pierna durante una manifestación”.
La visita a la escuela no es más que una excusa para que “su director” se asegure de que soy periodista. Hay unos 100 niños en el centro, reciben la ayuda de sirios adinerados en el exilio.
De regreso al hotel, el conductor me dice que recoja mis cosas, nos vamos ahora mismo.
Antes de irnos dejo grabado un video donde digo que soy periodista y muestro mi carnet de prensa. Durante el trayecto recibo la llamada de  mi contacto en España para ultimar los detalles de como lo vamos a hacer.
El paisaje es igual que el campo castellano durante el invierno. Nieblas bajas, mucho frío y algunos tractores arando la tierra. Atravesamos varios pueblos que se parecen mucho a los españoles durante los principios de los 80.El ganado por la calle, maquinaria obsoleta y frío, mucho frío. Hace rato que dejamos el asfalto para movernos por  caminos embarrados. De vez en cuando, pasamos algún check-points del ejército turco. No hay problema, demasiado frío para salir de la “garita”.
Llegamos a una casa en medio del valle donde un campesino trata de arrancar su tractor.
Es el encargado de llevarme al otro lado. Cojo la mochila y nos ponemos a andar, previo pago de los servicios claro. Es casi de noche y el guía me mete prisa. Después de 15 minutos corriendo vuelvo a darme cuenta de que no estoy en forma. En lo alto de las montañas los puestos de vigilancia del ejército turco controlan todo el valle. Llegamos a una zona boscosa y descendemos una pendiente hasta encontrar la orilla de un río. No es muy ancho, unos 10 o 15 metros. El campesino silba y se intuye movimiento al otro lado. En un par de minutos aparece alguien desde la otra orilla con una barca para pasarnos.
En el otro lado nos reciben 4 personas. Uno de ellos habla inglés y me pide que quite las baterías de los teléfonos. Andamos deprisa durante otros 15 minutos hasta llegar a una chabola en mitad del bosque. Seis hombres nos esperan con la “mesa” puesta. Pescado y ensalada para merendar. Parece que dormiremos aquí.

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